Quién le iba a decir a la dueña de Gomex, Francisca Mesana, que le haría tanta ilusión subir a Instagram fotos de hules, figuras de espuma y alfombras cortadas a medida. Pese a que el Venecia, el bar de Ramón Sánchez, acaba de padecer el confinamiento de Arxiduc, él piensa con optimismo en la reforma de la terraza el año que viene. También tiene planes Juan José Amengual, del Celler Pagès, tras unirse a otros restauradores para poner al mal tiempo buena cara. Y alegría es lo que sintió hace poco Joan Vallespir al conocer a la primera propietaria de su bar, el Rita, y saber que ella se llama así. «Antes era el ABC y le cambié el nombre por la santa de la iglesia. Es pura casualidad o una señal». Vicente Rodríguez, de la peluquería de caballeros del mismo apellido, también confía en el futuro, ya que «la gente no va a poder pedir un corte de pelo por internet», bromea.

En esta época de crisis por la pandemia, todos ellos acaban de recibir un espaldarazo simbólico de Cort al haber sido incluidos en el catálogo de establecimientos emblemáticos de Palma. Suman 93 y los cinco nuevos destacan por la singularidad de la actividad que realizan, como Gomex y el Celler Pagès, o por su antigüedad y solera, como el bar Venecia, de 1934, el Rita, de los años 40, y la barbería, con 75 primaveras. Si también valorasen el talento y energía para adaptarse a todos los cambios de la sociedad sin abandonar su esencia, recibirían otro reconocimiento.

Joan Vallespir, dueño del bar Rita.

«Hemos superado la crisis de 1960, de 1977, de 1992, de 2000... ¿Por qué no esta? Desde el año 1955 trabajando para ti». De este modo alienta la tienda Gomex a los clientes a través de su web. «Internet me ha ayudado mucho. Mi hijo Lluís gestiona la página y todos me han animado en esta trayectoria», afirma Francisca Mesana, que se puso al frente del local de la calle Velázquez tras morir su marido. Amado Arague y su hermano Felipe abrieron un negocio pionero en Palma en la década de los 50, ya que apenas se vendían productos de plástico o caucho, como equipamiento deportivo, de excursionismo, de hostelería, etc. La llegada de las grandes superficies y, después, las tiendas de chinos «obligaron a renovarse o morir».

Vicente Rodríguez con la foto de su padre y el socio de este en la barbería.

Según resalta la propietaria, «el pequeño comercio tiene que moverse para sobrevivir». Ella lo hizo especializándose y con una página web, desde donde recibe pedidos de los pueblos e incluso de la península, además de «dar confianza a los clientes, debido a que si vienen con un problema y lo resuelves, seguro que volverán, por muchas superofertas que anuncien los grandes».

Francisca Mesana y, en primer plano, una foto antigua del mismo local.

El dueño del histórico Venecia, en la calle Arxiduc, también supo ver con antelación que había que hacer algunos cambios para no desaparecer, por lo que realizó una reforma en 2015 y aprovechó para quitar las populares partidas de ajedrez, como recuerda. «Tuve muchas dudas y me arriesgué, porque venían aficionados cada día, pero eran muy mayores, no había variedad y no entraban mujeres. Ahora tengo todo tipo de clientes», se alegra Ramón Sánchez. «Y los fieles se siguen sintiendo como en casa, ya que la esencia es la misma: un bar de pueblo en la ciudad, clásico y acogedor», resume quien lleva trabajando en el negocio desde que tenía 12 años, primero con su tío y desde la década de los 80 al frente del local. Antes del ajedrez, fue conocido por el billar y, sotto voce, el contrabando de tabaco y alimentos que allí se negociaba durante el franquismo. Pero lo que le ha caracterizado siempre es «el buen café, sin dibujitos en la espuma; el buen servicio, que en un par de semanas conoce las costumbres de un cliente; y la buena relación calidad-precio, con todo fresco y casero».

Juanjo Amengual en el celler que fundó su abuelo en un antiguo establo y escar de la Llotja.

La misma filosofía comparte la tercera generación del Celler Pagès, en la Llotja, heredada del abuelo y fundador del negocio «abierto en un antiguo establo y escar, ya que el mar casi llegaba hasta el Lírico», explica Juanjo Amengual. «Nunca nos hemos movido de aquí y hace tres años recuperé la piedra original de las paredes», destaca. La paulatina pérdida de los típicos cellers de la isla ha llevado al Ayuntamiento a reconocer a uno de los pocos que quedan en Ciutat, donde siempre se han elaborado «platos caseros tradicionales mallorquines, que hay que mantener a pesar de que ahora mucha gente quiere probar nuevos sabores», argumenta. Los extranjeros sí buscan este tipo de cocina, según afirma, por lo que seguirá poniéndola en valor, tal como hizo Joan Amengual en los primeros años del turismo.

Joan Vallespir, del Rita, trata de satisfacer al cliente local con un «bar de barrio, donde todos se sientan cómodos, sin filigranas, sino con variados, croquetas, llonguets, etc.». Como dice, «uno no frecuenta un bar por un trozo de pan y una cerveza. Quieres que te traten bien, te gusta cómo hacen el café...». Lleva diez años en la plaza Llorenç Bisbal, desde que se enamoró del establecimiento y convenció a los dueños para alquilarlo. Él también hizo obras para recuperar parte de los orígenes del inmueble, aunque desconocía que en el sótano hay un antiguo refugio de la guerra y las numerosas anécdotas que le contaron Rita y su hijo hace un mes, cuando les conoció y puso cara al pasado de su bar.

De la historia de la peluquería Rodríguez es visible el marco de la puerta que comunicaba con el bar Olímpico, en la calle Antoni Frontera, ya que «ambos locales estaban unidos y compartían la clientela», detalla Vicente, para quien «el reconocimiento de ser un establecimiento emblemático demuestra que los negocios más antiguos también se mantienen si saben adaptarse».