La crisis está pasando por encima de la vergüenza que supone para muchas personas acudir a un centro a pedir ayuda para poder comer. Y es que esta pandemia inesperada ha situado a muchos vecinos de Palma a las puertas de la pobreza. Y lo peor es que muchos ni siquiera tuvieron tiempo a reaccionar. Las circunstancias les han pasado por encima y todos ellos saben que este invierno será largo y complicado.

Sin embargo, por fortuna en Palma todavía hay asociaciones sociales que se encargan de atender y ayudar a estas personas. Una de ellas es la Fundación Hadas, situada en la calle Francesc Sancho de Palma, que día a día va superando las dificultades que representa encontrar empresas, o particulares, dispuestos a colaborar, a cambio de nada, para ayudar a las personas necesitadas. Esta asociación, dirigida por Miguel Ángel Colom y por un grupo de colaboradores, asiste cada miércoles a unas 300 personas. Cada miércoles se concentra una larga cola de personas que acuden a esta asociación para que les entreguen alimentos. Muchos de ellos no tienen dinero para acudir a comprar comida a un comercio y pasan la semana con lo que reciben de la fundación.

Un caso dramático es el de Miguel Ángel Olivero, de 61 años. Es cristalero, con 33 años de experiencia, que ha perdido el trabajo. Ahora no cobra nada y «es la primera vez que acudo a un centro», con el que además colabora, para pedir ayuda. Tiene la esperanza de que la economía se reactive y «me vuelvan a llamar para trabajar».

«Es la primera vez que acudo a un centro social para pedir que me ayuden»

Es una situación similar, o incluso peor, se encuentra Caterine Urbano. Tiene 33 años, está casada y tiene un hijo de tres años. Trabajaba de camarera, pero está en un Erte. Cobra 500 euros, pero dedica casi todo el dinero para pagar una habitación en un piso compartido. «Apenas me quedan 100 euros para pasar el mes», asegura la mujer, que si bien reconoce que «no es fácil acudir a un centro para pedir alimentos, mi hijo tiene que comer cada día». También prevé un invierno negro, aunque en cierta forma reconoce que esta crisis no solo afecta a España, sino que se trata de una situación mundial. Afirma que no le molesta estar más de una hora esperando en la cola, porque sabe que la asociación tiene mucha gente a la que ayudar.

«No es fácil pedir ayuda a un centro, pero mi hijo tiene que comer»

Pedro Julio Sánchez, de 58 años de edad, tampoco había vivido hasta ahora una situación personal tan complicada. La semana pasada fue su cumpleaños, pero no tenía nada para poder celebrarlo. Trabajaba de camarero en un hotel, pero este año no ha abierto. También vive en un piso compartido con su pareja, que tampoco tiene empleo. Solo cobra 430 euros al mes, pero dedica 350 euros a pagar el alquiler de esta habitación. Sin embargo, agradece la ayuda de su casero, porque muchas veces le presta dinero. Apenas recuerda el sabor de la carne, porque se alimenta casi cada día «de arroz y pasta, porque no tengo dinero para nada más». Es un trabajador temporal y ya ha terminado el paro. Teme un verano muy largo y es consciente de que por su edad tiene difícil encontrar trabajo. «Lo he intentado, pero ven mi edad y me rechazan».

«Solo puedo alimentarme con arroz y pasta, no tengo para nada más»

Nicolai Nedelchev es búlgaro, tiene 43 años, está casado y tiene dos hijos pequeños. Es conductor de autocar, pero este año apenas ha trabajado. Y no espera que le llamen hasta la temporada que viene, si se ha superado la pandemia. Reconoce que nunca había acudido a una asociación en busca de alimentos, pero no lo considera una vergüenza. «Lo que me ha pasado a mí, le puede pasar a cualquiera, porque esta crisis no ha avisado».

«Lo que me ha pasado a mí también le puede pasar a cualquiera»