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Juan José Company Orell

Você tem razão...

Vaya por delante que soy del parecer que en todos los estamentos de la vida se da igual o parecido porcentaje de buena gente y de malentrañados, y el ámbito del funcionariado no debe ser ajeno a tal regla. Entre los funcionarios públicos existen tanto probos profesionales que hacen de su trabajo el auxiliar al ciudadano al tiempo que se dan también aquellos que convierten en disfrute personal el hacer del día a día del administrado algo pesaroso, y seguro que todos ustedes pueden aportar ejemplo de los unos, pero también de esos otros. Ya saben, aquello de le falta a usted un papel, se nos ha caído la red, la foto no tiene el tamaño adecuado o cualquier otra excusa que le deja a uno con cara de tonto sin saber que hacer. Porque da la casualidad de que el tiempo que suele perder el administrado cuando se ve sumergido en la vorágine de la esa espesa burocracia reglamentista no es recuperable, está perdido definitivamente y eso con el pesar añadido de que el funcionario que se saca alguna de esas excusas para dejarle a uno compuesto y sin trámite, recibe su estipendio mensual, en la parte que le corresponde, del los bolsillos de cualquiera de esos así tratados.

Este pensamiento me trae el recuerdo de mis años de quinto vestido de caqui, en la persona de un brigada cuartelero, que por su aspecto debía haber participado en la guerra contra el moro, y que solía repetir, a modo de salmodia, aludiendo a una determinada parte de la humana anatomía, que «¡al amigo se le pone el c..., al enemigo se le da por el c…, y al indiferente se le aplica el reglamento que aviado va!». Y es que para algunos de nuestros funcionarios, afortunadamente ni mucho menos todos, los ciudadanos debemos pertenecer a esos «indiferentes» a los que se les aplica, siempre en su perjuicio, el farragoso reglamento.

Ahora tal parece, se dice y se comenta, que decía el gran Hermida, que los funcionarios se han echado a la calle por aquello de un aumento del no sé cuántos por ciento en su soldada. Miren ustedes, no me voy a meter en el asunto de los merecimientos, seguro que unos muchos se merecerían que les doblaran el sueldo y que otros, quizá menos, no se ganan ni el primero de los euros de su nómina. No comentaré la justicia o injusticia de la reivindicación, pero sí me asomaré a su oportunidad, mejor dicho a la falta de ella.

Todos asumen, asumimos, que vamos de cabeza a un invierno de carencias y hasta de miserias. De un sector hotelero, recordemos nuestro casi mono cultivo isleño, sin apenas pulso. De un sin número de pequeños negocios y empresas cerradas. De otras tantas en ciernes de cierre. De un montón de parados. de un ejército de desempleados provisionales, esos que se hallan en el limbo laboral de los Ertes. Y de la falta de seguridad que el año que se nos viene pueda reparar alguna de todas esas realidades. ¿De verdad es éste el momento de que los que tienen el puesto de trabajo asegurado, los que saben que a final de mes su nómina está garantizada, los que no se arriesgan, todavía, a que su empleador tenga que solicitar un concurso, se pongan exquisitos por un una nimiedad porcentual?

No niego que la razón les asista, seguro que sí, pero se me antoja que mientras en ésta nuestra isleña balsa de la medusa hay algunos que no tiene nada que llevarse a la boca el que otros digan que les falta media hogaza de pan en su comida diaria es algo así como fuera de lugar y con un punto de egoísmo, ¿no les parece?

No es éste el momento oportuno para exigir mejoras por parte de quienes no tienen una perspectiva de inseguridad laboral, aún cuando puedan estar cargados de motivos para hacer valer su labor para la ciudadanía toda; ahora no. La filosofía brasilera tiene esa frase que indica que se puede tener razón pero carecer de fundamento para exponerla, y ese es el resto de la frase que principia estas líneas. «Você tem razão... mais não tem fundamento».

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