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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El PP se zafa de la pinza de Vox y el Gobierno y quema las naves

Con el que seguramente ha sido el mejor y más brillante discurso de Pablo Casado, el PP se ha zafado de la pinza que entre el gobierno Frankenstein y Vox le habían aplicado con la moción de censura, formalmente dirigida contra Sánchez. En su discurso del jueves, Sánchez, que no podía ocultar su felicidad, desgranó, con la sonrisa hipócrita que tanto le caracteriza el recital de tópicos contra Vox y exigió a Casado el voto en contra de la moción: «No se deje arrastrar por la tentación totalitaria». El mismo que hace dos semanas incurría en ella. Pretendía acabar con la escasa separación de poderes con el poder judicial nombrando a los doce jueces que elige el parlamento con las mayorías que le han hecho presidente.

Sánchez y su cohorte de apoyos han creado para su defensa un espantajo que responde al nombre de Vox. Así es más fácil. Vox es una derecha nacionalista católica reactiva surgida de la crisis institucional que arrastramos desde hace más de diez años. Pero convenía encorsetarla en los renglones de la definición de un partido fascista. A esa estrategia se apuntaron todos sus apoyos. El presidente del Gobierno desgranó una oratoria contra la caricatura creada incurriendo en sus conocidas incoherencias. ¿Reprochar a Vox una condición de antisistema cuando él gobierna en coalición con quienes no se recatan con atacar al Rey desde su propio gobierno? ¿Reprochar a Abascal ser un depredador político sin valores y ningún tipo de escrúpulos? ¿Él, el definido editorialmente por el diario El País como un insensato sin escrúpulos?

Las intervenciones del jueves de los nacionalismos independentistas formaron una cacofonía multinacional entusiasta contra el monigote de Vox: fascistas, homófobos, xenófobos, excluyentes, machistas, matones, franquistas, etc. En ella brillaron con la luz blanca y negra del maniqueísmo más grosero. Demagogo, pero intenso y afilado como una navaja el discurso de Baldoví. Ramplonamente surrealista el de Borrás, de JxC: totalitarismo español contra los pobres demócratas nacionalistas catalanes. Despectivo, con su acreditada superioridad moral sobre todos el de Esteban, del PNV, que despreció el debate democrático calificando la escenificación de la moción como una «patochada». Pero si hubo una intervención destacada esa fue la de Rufián, el dóberman de ERC. El suyo fue un espectáculo de contorsión histriónico superior a todos los precedentes. Rufián podría ser un personaje de Pedro Luis de Gálvez, poeta rufianesco, perillán sin escrúpulos, crápula, proxeneta, vil, fullero, violento, torvo o servil, según las circunstancias, y treinta peyorativos más, en el Madrid canalla acorralado por el ejército de Franco. El reproche a Vox era unánime: pensaban que sólo ellos eran España. Abascal retrucó: «¿Sois también España los que queréis destruirla?».

La retórica empleada por Sánchez es una retórica de ocultación, propia, además, de todos los partidos mayoritarios. Acuden en cuanto pueden a las referencias a los grandes ideales y los utilizan sin pudor alguno en defensa de sus cuotas de poder. Todo ello reviste sus intervenciones de una pátina de impostura que mengua drásticamente su credibilidad. Sólo los extremistas de derechas e izquierdas destilan el aroma de la autenticidad. Pueden con su retórica estar fuera de la realidad, pero, a cambio, incluso parecen auténticos. Son los únicos que al arremeter contra Vox pueden ser creíbles. No es el caso de Sánchez que, al embestir a Vox, en realidad está armando una estrategia contra un monigote que realce aún más su figura de maniquí y la de su Gobierno Frankenstein. Una reacción defensiva que le sitúe lejos de una verdadera rendición de cuentas por su caótica gestión de la pandemia, de la irresponsable dejación de funciones en manos de las autonomías a una pandemia que afecta a toda España. Una reacción defensiva mirando a Europa tras su proyecto totalitario de controlar más a los jueces (escójanse por sorteo, como hacían los admirados griegos). Una reacción defensiva a su deslealtad con el Rey, pretendiendo convertirlo en una simple marioneta del gobierno, impidiendo su presencia en Cataluña o, criticado, llevándole allá con torpes pretextos para naderías.

Casado aseveró con firmeza que Sánchez necesita a Vox para sobrevivir, porque divide el voto de la derecha

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Casado hizo ayer el mejor discurso de su vida, situando al PP en el centro político y alineándose con la derecha europea. Reivindicó sin complejos su actuación en Europa denunciando las pretensiones de Sánchez de controlar a los jueces, haciendo caso omiso a los jeremíacos lamentos de Sánchez y Calvo acusándole de hablar en Europa contra España. Reivindicó los valores europeos frente a Abascal, al que acusó de populista. Su ataque a Abascal fue inmisericorde. Le atacó personalmente, reprochándole su ingratitud y su estrategia corrosiva con el partido en el que había militado y le había acogido durante años. Aseveró con firmeza que Sánchez necesita a Vox para sobrevivir, porque divide el voto de la derecha, y, a su vez, Vox necesita de Sánchez y sus independentistas para justificar su existencia. Vox sería el seguro de vida de Sánchez para conseguir eternizarse en la Moncloa, la garantía de una victoria perpetua. Vox sería la derecha que más gusta a la izquierda, la que conforma grupo de populistas y rupturistas con Sánchez e Iglesias frente a los reformistas. Afirmó que el PP votaría no a la ruptura, no a la polarización, no a la política cainita. «No es que no nos atrevamos, es que no queremos ser como usted». Así ha quemado las naves Casado con Vox, manteniendo al PP en el centro derecha y avisando a Ciudadanos de que no va a dejar de disputarles los votos centristas. La intervención de Casado ha sido un golpe al plexo solar del compacto Abascal. Le ha dejado noqueado, convertido en un juguete roto. No sabemos lo que va a pasar en el futuro, porque para muchos observadores, un buen número de votantes del PP hubiera votado sí a la moción de Vox, otro síntoma más de la degradación del sistema político. Pero Casado ha asumido el riesgo con valentía y ha apostado por los valores de la moderación y el europeísmo. Y eso es toda una esperanza en un partido que no ha dudado en cometer delitos gravísimos para asegurarse el poder. El reto de reformar el sistema supone reformar en primer lugar al propio partido. Veremos.

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