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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Formas de regalar un libro

Con la Fira del Llibre a las puertas, vale la pena recordar lo importantes que son. Como herramientas de conocimiento y espacios para evadirse de una vida que se nos ha complicado tanto. Pero también, con un poco de suerte, como instrumentos para participar en la felicidad de los demás.

Ilustración

U na de las cosas buenas de los tiempos que vivimos es que he recuperado el ritmo lector, ralentizado hasta el punto muerto por la maternidad, el trabajo, la invasión de las pantallas y el estrés. Vuelvo a leer; huyo del presente a través de las letras ajenas. Estoy haciendo sitio en las estanterías para los volúmenes que quiero guardar, con una auténtica obsesión desde hace meses por que los libros rulen y tengan una vida larga. Sobre todo los que valen la pena. Mi hija lleva un rato observándome y de repente se acerca y grita: «¡¡Pero Siri ha escrito un libro!!» Inflada como un pavo por tener una niña tan lista le explico. Por supuesto que Siri ha escrito un libro. No solo un libro, sino muchos. La primera persona que me recomendó una de sus novela fue una amiga que conocí en un viaje en faluca por Egipto, en mi otra vida, una joven de Barcelona que era librera. Todo cuanto amé. Qué maravilloso. Lo presté y no ha vuelto, pero lo compraré de nuevo. Recuerdos del futuro, El verano sin hombres, Elegía para un americano han llegado después. «Os los guardo para vosotros. Es mi herencia de escritoras idolatradas: Margaret Atwood, Carol Shields, Alice Munro, Zadie Smith, Anna Gavalda, Marguerite Yourcenar, Jane Austen, Annie Proulx, Anne Tyler, Elena Ferrante, Maruja Torres, Carme Riera...». Ella insiste: «¿Siri sabe escribir?». Pues claro. Sus historias son sofisticadas, densas, reconocibles. Le digo que es además una pensadora feminista, una intelectual comprometida, igual que su marido. Los libros de Paul Auster están en la estantería de enfrente, y también forman parte de mi patrimonio lector preciado, de su legado. «¿Siri está casada?», palmotea la niña con alegría. «Pues si es tan buena y te gusta tanto no sé por qué te portas tan mal con ella. El otro día le dijiste ‘cállate ya, loca, no quiero nada, solo que desaparezcas’. Pobre Siri. Y luego le soltaste la palabrota». Acabáramos. Yo estoy hablando de Siri Hustvedt y ella de la asistente del teléfono a la que jamás recurro, y que a veces se hace presente por error, cuando le doy a un par de teclas a la vez sin querer. «¿En qué te puedo ayudar? En nada, piérdete». Le digo a mi hija que mi Siri es mejor que la suya, una voz fabricada por algoritmos o lo que sea, y que los libros proporcionan mejores historias que los teléfonos. Y le cuento la de mi compañera de trabajo, que me ha emocionado tanto ese mismo día. Una historia llena de luz.

Mi compañera ha llegado a casa esa tarde y se ha encontrado un regalo especial: el libro de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, La vida contada por un sapiens a un neandertal. Hace unos días hablaban de él en la tele y verbalizó lo mucho que le gustaría leerlo. Su hija de diez años la estaba escuchando, y no dijo nada, pero se alió con su abuela para que se lo comprase en secreto. «Tú te preocupas por todos nosotros, siempre sabes lo que nos gusta y nunca pides nada para ti. Por eso quería traerte lo que te hace ilusión», le explicó encantada de la sorpresa. No somos invisibles si nos miran con amor. Mi compañera va a guardar ese volumen, dedicado por su pequeña, como oro en paño. No lo he leído y no sé qué evolución humana describe. Pero seguro que acaba en una niña que busca cómo hacer feliz a su madre regalándole un libro.

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