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Eduardo Jordà

Violencia política

Cualquiera que se haya dado un paseo por las redes sociales sabe que el nivel de odio político está creciendo día a día. Y lo que en un principio eran simples amenazas o bravatas o injurias, ahora se está convirtiendo en una apología descarnada de la violencia. Y no en una o dos cuentas de chiflados –o de bots de origen dudoso–, sino en multitud de cuentas personales que parecen haber sido atacadas por un software malicioso que las convierte en cuentas incendiarias en manos de un demente. Y esto está ocurriendo en todo el mundo. Hace dos días, una antigua portavoz de Hillary Clinton deseó la muerte de Donald Trump cuando éste tuvo que ingresar en un hospital a causa del coronavirus. Y lo mismo que ella, docenas, centenares, miles de partidarios de los demócratas han deseado la muerte de Trump en sus cuentas. Y en sentido contrario, docenas, centenares, miles de partidarios de Trump han deseado también la muerte de los liberales «woke», a los que consideran tibios y condescendientes con la extrema izquierda de Black Lives Matter.

En España pasa más o menos lo mismo. «Isabel Death Ayuso» fue un meme que circuló con profusión en las redes sociales. Era un meme ingenioso que hacía un juego de palabras entre Díaz y “Death”, con la excusa de que las muertes por covid habían aumentado de forma significativa en Madrid, pero también –y eso era lo tóxico– ese meme introducía la palabra «muerte» en el apellido de la dirigente de derechas que gobierna Madrid. Insidiosamente, se estaba condenando a muerte a esa persona por haber sido responsable de las muertes de sus conciudadanos (ése era el mensaje subliminal). Por supuesto que en sentido contrario hay miles de cuentas que piden la muerte de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias, a los que llaman «Doctor Pandemias» y a los que también responsabilizan de las muertes de la covid. El procedimiento es idéntico: al adversario político, al que antes únicamente se le insultaba y se le humillaba, ahora se le condena a muerte y se le ejecuta simbólicamente en las redes sociales. Son exabruptos, por supuesto, son simples desahogos más o menos viscerales, pero el paso ya está dado y la idea de la muerte del enemigo ya se ha introducido en el debate público. Primero llega la amenaza, luego el insulto, luego la degradación humillante que deshumaniza por completo al adversario, y una vez que esa persona es desprovista de toda condición humana y se convierte en un simple espantajo –las «unperson» de Orwell en 1984–, ya se le puede exterminar como si fuera una cucaracha. Cucaracha, por cierto, era el insulto con que los extremistas hutus, desde la radio, llamaban a sus adversarios tutsis, a los que acabaron exterminando a machetazos en tres meses de locura genocida entre abril y julio de 1994.

‘Politico’ ha publicado una encuesta en la que un 36% de votantes republicanos y un 33% de votantes demócratas justifica la violencia para defender objetivos políticos

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Estamos viviendo una doble epidemia, la de la covid y la del odio político. La plataforma periodística Politico, que se edita en EE UU, ha publicado una encuesta en la que un 36% de votantes republicanos y un 33% de votantes demócratas justifica la violencia para defender objetivos políticos. Los sondeos pueden ser engañosos o estar manipulados –eso ocurre a menudo–, pero esta encuesta parece demostrar lo que todos estamos viendo a diario en el comportamiento de mucha gente cercana. Y lo más inquietante de todo es que el número de partidarios de la violencia política se ha duplicado en un solo año. Es decir, que los efectos del coronavirus y de los diferentes confinamientos están elevando el odio político hasta límites insoportables. En cierta forma, estamos volviendo a los terribles años 30 en Europa, cuando las élites políticas justificaban las acciones violentas siempre que beneficiasen a sus propias ideas. Eso se vivió en la República de Weimar alemana, en la II República española –con una acción violenta paralela por parte de la extrema izquierda y de la extrema derecha–, igual que se vivió en los años previos a la Italia de Mussolini o en los años turbulentos de la Revolución Rusa. La violencia como arma política, la violencia como única forma eficaz de dirimir los conflictos políticos. Y no olvidemos que los terribles años 70 –con ETA y el GRAPO y el IRA y las Brigadas Rojas– fueron años donde la violencia también se convirtió en un instrumento político asumido y justificado por miles y miles de ciudadanos. En el País Vasco –véase Patria– lo saben muy bien. Y que la izquierda esté aceptando el discurso de Bildu –herederos ideológicos de ETA– demuestra que el contagio está muy presente.

¿Hay motivos para ser pesimistas? ¿Hay motivos para sentirse desamparados y para temer por el futuro? Sí, los hay, y cada día son más. Sobre todo, porque los mismos que alientan y justifican la violencia nunca van a reconocer que la están alentando y justificando, ya que eso solamente lo hacen los del bando contrario y ellos tienen las manos limpias, limpísimas. Mal asunto.

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