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José Carlos Llop

Una visión de Baltasar Porcel

Afirmar que Porcel fue catalanista por su relación con Jordi Pujol sería tan reduccionista como decir que fue monárquico por su relación con el rey Juan Carlos

Una vez muerto Llorenç Villalonga, quedó Baltasar Porcel. Hablo de sociedad, no de literatura. En la literatura caben varios; a veces, bastantes. Pero la sociedad, parca ante los escritores de ficción, suele -o solía- elegir a un autor, sólo a uno, que lo representara durante una época. En esto la sociedad se parece a los escritores y su insana -por adolescente- pulsión de unicidad. Ahora bien: después de Villalonga fue Porcel, que siempre había estado ahí, aunque se marchara a vivir a Barcelona.

He contado en distintas ocasiones que, al día siguiente de la muerte de Villalonga, me topé con Baltasar Porcel en el Born: iba a comprar los periódicos de riguroso luto de heredero. La mirada asiática, el flequillo danzante y un jersey de cuello alto bajo la chaqueta. El rostro de Porcel tenía rasgos tártaros o kazajos y entre esto y su carácter habría sido un buen personaje de novela de Salgari, sector Sandokan, aunque a él, eso, le pareciera una minucia. Su estirpe era más compleja: poseía una vitalidad extrema y el espíritu de un corsario pero también le gustaba emparentarse con Balzac, por ejemplo, o con Hemingway, por citar a dos dispares. Sin olvidar, por imprescindible en su obra, a Faulkner aunque le hubiera llegado de la mano de los latinoamericanos del Boom. Con todo eso -y más- supo construir un mundo que elevó a categoría de mito novelado lo forà. Lo mismo había hecho años atrás Villalonga con el espíritu ciutadà y en esto, como en otras cosas, fueron complementarios: Mallorca carecería de gran memoria sin uno y otro y cada día le hace más falta: la de uno y la de otro.

Lo digo porque el tiempo distorsiona las cosas, pero también las distorsionan el desconocimiento y su voluntarismo de alquimista. O sea: querer convertir algo que no fue, en otra cosa que sí, e inventarse una realidad que no existió. Vivimos tiempos en que esto sucede con hechos que ocurrieron ayer mismo, por tanto no es extraño que pase también con quienes ya no pueden decir: mire, esto no fue así. Cualquier persona es poliédrica, efectivamente, pero para contar sobre ella digamos que es bueno haber estado ahí, haber conocido al personaje del que se habla y no fiarse de quienes llevan el agua a su molino, cosa que ocurre a menudo con los muertos y más aún si la política se mete de por medio.

¿Cómo era, políticamente, Baltasar Porcel? Sobre todo y por encima de todos, era porceliano. O en código local: era molt seu. Y aquí vuelvo a ver esa mirada asiática, luminosa como la de los gatos, que también achinan los ojos, dejándolos en una línea de luz. Esa línea de luz -potente, astuta, inteligente, sardónica, infantil a veces?- era Baltasar Porcel. Como lo era su extraordinaria capacidad para la fantasía sin dejar de pisar tierra y esgrimir pragmatismo a manos llenas. Narraba sobre sí mismo con espíritu de Sherezade: tal vez quisiera seducir a su interlocutor, pero sobre todo quería seducirse a sí mismo sin ser eso tan vulgar que ahora llaman un 'ego', no; era un escritor y su ingente obra literaria y periodística subrayaba y subraya la diferencia. Un escritor tan orgulloso de sus libros y sus columnas en La Vanguardia como de su bilingüismo. Un escritor que estaba más allá de la generación anterior al él, de la inmediatamente posterior -la generación del 70- y de los más jóvenes, o sea, nosotros, cuando lo éramos.

Todo esto, recuerdo, fastidiaba a los de aquí (hablo de Mallorca) e incomodaba a los de allí (me refiero a los catalanes) por mucho que ahora digan otra cosa. En la Barcelona de entonces gustaba mucho la figura del ' mallorquí loco', raro o estrambótico, a la que no era ajeno el colaboracionismo de algunos poetas mallorquines desplazados a la ciudad condal: entre Blai Bonet o Miquel Bauçà podríamos fijar una curiosa constelación insular salpicada de anécdotas estridentes. La opción digamos que irlandesa producía cierto morbo en la Barcelona que recuerdo. Baltasar Porcel se saltaba todo eso a la torera y no le hacía el juego a nadie más que a sus propios intereses y en ellos no estaba el mono de feria, ni el locoide, ni el maldito de salón. Estaban la literatura, el trabajo, su proyección en los medios y ser quien era, al margen de cómo fueran los demás. Lo que no quiere decir que no aprovechara, precisamente, cómo eran, en beneficio propio. Donde esto se vio con más claridad fue en sus relaciones con el poder, fuera cual fuera la ideología de ese poder.

Afirmar que Porcel fue catalanista por su relación con Jordi Pujol -hablo de política y nación, no de lengua y cultura- sería tan reduccionista como decir que fue monárquico por su relación con el rey Juan Carlos. Con uno y con otro -en el fondo con quien fuera- Porcel, conviene repetirlo en la hora de los aniversarios, fue de Porcel. Porceliano o porcelista, y éste era uno de sus rasgos principales. Basta verlo en las fotografías con uno o con otro o con el de más allá: quien lleva la batuta, juega en casa y es 'el jefe' es el escritor andritxol, no un presidente de la nación, de gobierno autonómico, o un rey, ya no digamos una ideología ú otra. No, Baltasar Porcel, guste más o menos, no era de esos y su papel de diana de comunistas (lo odiaban) y catalanistas históricos (no soportaban su 'intrusismo') -ambos le provocaban hilaridad- fue ejemplo de lo que digo. Siempre consideró por encima de los demás su individualismo de cariz anarquista y abandonó muy pronto sus veleidades prochinas, que las tuvo. Su papel en la revista Destino -de colaborador a director y reformador hasta extinguirla- lo condujo en Barcelona a la hoguera pública: no se inmutó. Es más: continuó sonriendo como si nada ante insultos y descalificaciones. Pero ese papel y esa hoguera no cuadran con algunos voluntarismos maquilladores de ahora. No con su individualismo; no con su trato con la política. Antes he citado a Pujol y al Rey, pero aquí en casa era lo mismo con Albertí, Cañellas o Munar. El mando lo tenía él y además no le daba ninguna importancia, salvo en su propio provecho. O por lo menos eso aparentaba. Ya dije: Porcel estaba antes y la sociedad sólo conoce a uno. Todo esto solía incomodar a la mayoría (hablo de literatos y periodistas); nunca a él, desde luego.

Para muestra una anécdota que asciende a categoría descriptiva. Podría contar bastantes más, no tengo espacio. Cito a un escritor que murió hace años (y éramos tres a la mesa):

-'Este Porcel es insoportable. En el avión me ha contado que el president de Balears le manda un coche a recogerlo al aeropuerto y que le ha puesto un retén de bomberos en su finca, para impedir que el incendio que hay por Andratx la dañe. Por si no bastara con sus cosas de siempre, ahora esto. Creo que el año que viene no participaré en el jurado, ya estoy harto?'

No volvió; Baltasar Porcel sí.

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