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Crítica de música

Si no me gusta Mozart, lo cambio

Un momento de la representación de ‘La flauta mágica’.

Muchas preguntas se plantean después de asistir a la representación, ya que poco queda de la ingenuidad inteligente de Mozart/Schikaneder. La mirada infantil que posee el argumento original se esfuma y se convierte en violencia, sexo y dureza. El cómico flirteo de Monostatos hacia Pamina pasa a ser una violación en toda regla, mientras suena una canción alegre de Papageno, quien por cierto cambia su flauta de pan por una armónica. La comicidad de la pareja Papagena/Papageno, anunciando su familia numerosa, se sustituye por signos y contorsiones de claro significado sexual, como algunos movimientos de los coristas. ¿A qué viene parar la interpretación de la obertura para recitar unos textos de Simone de Beauvoir? ¿Y sustituir la escena de la prueba del agua por una tormenta, cambiando la música que escribió Mozart? ¿Y sustituir a Sarastro por Pamina en el canto final? ¿Y qué sentido tiene poner a Sarastro dialogando con Tamino y el Sacerdote ante el palacio? Si Mozart no sirve para el discurso que queremos impartir, pues no pasa nada, vayamos a otro compositor, pero no cambiemos lo que el genio escribió hace dos siglos. No todo sirve para «defender» (es un decir) nuestros principios. Mejor defenderlos con argumentos. Pamina no es Lulú.

Escenografía: en el primer acto algunos personajes se presentan enjaulados en unos prismas de metacrilato, de los que entran y salen a conveniencia, sin ningún motivo aparente. Otros aparecen desde el fondo o salen de los laterales. En el segundo acto unos prismas apaisados conteniendo a unos maniquís parecían trasladarnos a los escaparates de una tienda de ropa de barrio periférico. El vestuario de los protagonistas poco ayuda a comprender el entorno y el del coro y sacerdotes ahonda en el aspecto sexual, con coquillas innecesarias.

¿Y la parte musical? De un nivel de grupo más que aceptable. Antoni Lliteres, en el mejor papel de su carrera, cantó un muy buen Tamino; sin duda su camino es el del clasicismo, seguro que será un buen Don Octavio. David Pershal es un muy creíble Papageno, con voz potente y segura, lo mismo que Önay Köse como Sarastro. A Carmen Romeu le sobra voz para Pamina. Aleksandra Jovanovich cantó las dos arias de la reina de la noche de forma correcta, sin aspavientos, acelerando excesivamente en los compases de coloratura de la segunda intervención. La Papagena de Maia Planas es de libro ya que añade a su buen hacer musical el saber estar sobre el escenario. Menos acertado el Monostatos de Jorge Juan Morata. Muy bien las tres damas, Marta Bauzà, Begoña Gómez y Frédérique Sizaret, tanto vocal como teatralmente. Insuperables las tres voces blancas de Nadia Akaadir, Paula Riera y Marina Mudoy. Grandes también Antoni Aragón y Joan Miquel Muñoz en su concertante del segundo acto. El coro cantó afinado y con musicalidad a pesar de la mascarilla; y la orquesta sonó demasiado lineal, con poco aire mozartiano, y, en no pocos momentos, un tanto desajustada respecto a las voces. Por cierto, ¿por qué se cambió el director previsto inicialmente?

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