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La pasta de los héroes

La pasta de los héroes

Mulan es un buen ejemplo, no el único, de las tensiones culturales entre occidentales y orientales; y también la paradoja principal del siglo XXI, más mercantilista que nunca y a la vez con un creciente lucha por la igualdad de las mujeres y las etnias minoritarias.

La historia original es una leyenda china del siglo VI que se repitió con pequeñas variantes: un guerrero enferma y su hija, para ayudar a la familia, se disfraza de hombre y lucha en su lugar con el mismo arrojo que sus compañeros.

A finales de los 90 Disney quería asomar la patita en el prometedor mercado de las audiencias chinas. Comenzó con mal pie. Kundun (M. Scorsese, 1997), producida por ellos, disgustó a los dirigentes chinos por ensalzar a los lamas tibetanos. Para reabrir puentes Michael Eisner aprobó remozar un corto de animación en fase de producción y convertirlo en película. En el corto, titulado provisionalmente China Doll la chica protagonista era rescatada al final por un soldado británico que se la llevaba a occidente para comer perdices.

Tony Bancroft y Barry Cook, directores del Mulan de 1998, arrinconaron esa trama tan rancia y colonialista. Se desmarcaron también de las clónicas princesitas que eran casi marca de la casa por los palos que había recibido Pocahontas en 1995. Al remarcar la bravura, la integridad, la fortaleza mental o la solidaridad familiar de la chica y humanizarla con torpeza y un leve toque de marimacho, la auparon al panteón del ‘girl power’.

Además, para sosegar las previsibles críticas de apropiación cultural, varios miembros del equipo creativo viajaron a China y se sumergieron en su cultura, evitando, por supuesto, cualquier referencia directa o indirecta al budismo para no despertar el (mal) genio de las autoridades comunistas.

Acertaron de lleno. La película obtuvo más de 300 millones de dólares de recaudación y fumata blanca de los críticos (89% favorable en Rotten Tomatoes). A las audiencias chinas les chirrió algún pequeño detalle (el dragón cómico con voz de Eddie Murphy) con una peculiaridad, los chinos del continente apreciaron cualidades diferentes a los emigrados (Taiwan o resto del mundo), quizás por su debilitado apego a las tradiciones.

Para el remake de 2020 Disney ha ido sobre seguro. Sustituye el 2D por acción real, con mucho apoyo digital, y actores orientales. Y se ha asegurado de obtener el beneplácito de las quisquillosas autoridades del gigante asiático. El resultado es un filme de acción trepidante sin apenas profundidad que no ha evitado del todo la polémica. La actriz protagonista ha despreciado a los manifestantes de Hong Kong; y algunas secuencias se filmaron en Xinjiang, provincia en la que se está reprimiendo con saña a la minoría Uigur. Incluso, hilando muy fino, algunos historiadores sostienen que la etnia Han, predominante ahora, birló la leyenda de Fa Mulan a los mongoles.

Por contentar a todos, suprimiendo cualquier elemento que pudiera levantar polvareda, el filme queda muy descafeinado. Disney ha esquivado el cepo de la apropiación cultural vendiendo su alma al diablo (conocido ya), el Poderoso Caballero.

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