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Ventilación, frío y calor

Rajoy califica de "reparación moral" la sentencia del TS sobre el caso Gürtel

Las mañanas griposas empezaban siempre igual, con la advertencia materna de cubrirse con las mantas hasta la nariz porque iba a abrir para ventilar y que salieran los bichos. Eso es lo que nos pide ahora la ciencia después de 8 meses de coronavirus: que corra el aire. Avanzamos del confinamiento y la cuarentena, que están desde la Biblia, hasta mamá, que estaba en las nuevas corrientes de la higiene porque lo tradicional era creer que los niños podían morir de un aire. Ventilar y ventana: la inteligencia higiénica de las madres contrasta con la de los edificios llamados inteligentes, que no ventilan. Sabemos que hay varias inteligencias. La de las madres se enfocaba a la salud de los hijos, a la supervivencia; la de los edificios hacia la economía energética, a la sostenibilidad.

Las mañanas griposas que empezaban siempre igual tenían la polarización del cuerpo caliente entre las mantas en las que se había cocido el sueño al fuego vivo de la fiebre y el frío del aire que acuchillaba la frente y quería filtrarse de la manta a la sábana en los minutos de la ventilación. Viviremos ese contraste de calor y frío este invierno, esa polarización de la temperatura que se da cuando se viene del campo helado y se entra en la casa con chimenea, cuando para que el cuerpo entre en calor tienen que doler las manos y arder la cara mientras la rasca aún escalofría la columna vértebra a vértebra. La versión urbana de ese frío-calor la producen las estufas de las terrazas donde socializaremos este otoño-invierno polarizado entre la agorafilia del aire libre y la claustrofobia de los interiores públicos.

Ventilar y viento: en el viento de otoño se anuncia a ráfagas el invierno. Vamos a un invierno extremo en la política, de calor que arde y frío que hiela, porque ha desaparecido el ambiente templado, el término medio térmico, el aire acondicionado, que, a base de contención, de conocimiento más que de ignorancia y de bien que de mal, lleva a la templanza, que es una temperatura moral. Sentiremos el frío y el calor de las mañanas griposas porque estamos enfermos.

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